Romperse la madre

 Morelia derrota

Por Adrián Ojeda   @adriano10od

Esta semana terminé de leer, en tiempo récord, el libro “México 86. Mi Mundial. Mi verdad”. Y después de deleitarme con las anécdotas de un jugador con una tremenda personalidad, me encuentro en un Morelia-León, con el equipo michoacano peleando por no descender. Sería estúpido comparar a Diego Maradona con los once del Morelia que saltaron a la cancha la tarde del sábado. Pero, más allá del talento, lo menos que se le puede pedir a un jugador profesional, y más en una situación así (se están jugando el descenso muchachos, ¿recuerdan?), es que se deje el alma en la cancha.

“Yo me ponía la camiseta de la selección argentina y sentía que el pecho se me inflaba, que el brazo me iba a reventar la cinta de capitán”. No sé si algo sientan los jugadores del Morelia cuando se enfundan esa camiseta, pero lo que sí sé es que en la cancha, el sábado, no se notó. Me imaginaba a un Morelia que saldría a comerse al León desde el minuto uno, que jugaría ultra motivado ante su gente, tras conocer la derrota de Chiapas y saber que un triunfo los pondría prácticamente a las puertas de la salvación.

Sí, será un equipo humilde, con un solo título de liga, y, por lo menos hasta el miércoles, también uno solo de Copa. Pero les recuerdo que esa misma camiseta amarilla y roja, fue defendida con muchísima dignidad en la década de los 80, por jugadores que no ganaban en un año lo que ganan los de plantel actual en una quincena, que se fletaban más de 20 horas en un camión para ir a Ciudad Victoria a enfrentar al Correcaminos. Y después llegó el dinero, pero también llegó un equipo con muchísima personalidad que fue campeón de liga. Por el Morelos han desfilado todo tipo de jugadores: buenos, regulares y malos, pero nunca apáticos. Eso no está en el ADN de este club, no cuando hay una historia que no se puede borrar y que, muy a su manera, ha dejado tardes y noches de gloria para el recuerdo. No en un club que alguna vez (en Abril de 2002) fue galardonado como el mejor del mundo.

Todos los equipos ganan, empatan y pierden. Pero hay maneras de perder. Y lo que no se vale es perder caminando, trotando, como local, cuando tienes la salvación en la mano, cuando ya sabes que tu rival directo por el no descenso acaba de perder. Ese primer tiempo ante León va directito al manual de ¿cómo NO jugar un partido por el descenso?

Y así como reconozco que el plantel actual no es el principal culpable de esta situación (sino el de hace dos años, que hizo 23 míseros puntos en dos torneos), también les recuerdo que al ponerse esa camiseta están representando a cientos de miles de hinchas, a una ciudad, y a un estado que ama a su equipo. ¿Qué diría Carlos Miloc de este Morelia si todavía viviera? ¿Qué estarán pensando el “Fantasma” Figueroa, Juan Carlos Vera o Darío Franco? Para no ir más lejos, ¿cómo estará Carlos Morales, muriendo por entrar y dejar la vida en la cancha, y sin que le den siquiera una oportunidad? ¿Por qué la eterna necedad de los técnicos? Podrá ser un veterano Carlitos, pero URGE que alguien contagie a este equipo el deseo de permanecer en Primera División.

Si los jugadores estuvieran en ese grupo de whatsapp que tenemos varios hinchas y que se llama “VAMOS CON TODO”, con una foto alusiva al Morelia, si por un solo día pudieran leer todos los comentarios de apoyo de la afición, si cayeran en la cuenta de todas las ilusiones y pasiones que despiertan, si tuvieran una remota idea de cómo gritamos un gol en contra de Chiapas o de Veracruz, si por un segundo se metieran en la piel del hincha, quizá entonces saldrían a romperse el alma en la cancha.

El Morelia es mucho más que esta versión Clausura 2017. Son más de 90 años de historia, es lo que llevamos en el corazón desde que nacimos, es haber ido de la mano de nuestros padres y cantar el Juan Colorado bajo el sol del Venustiano Carranza, admirando las genialidades del Fantasma, la picardía de la Tota Carbajal y los cojones que le ponía el resto del plantel. Es haber compartido las lágrimas de Darío como si estuviéramos junto a él cuando abrazaba y besaba la Copa en el vestidor del Toluca, en aquella fría pero gloriosa tarde de Diciembre del 2000.

El Morelia somos todos nosotros. Ni cambiándole el nombre, ni el uniforme, ni reemplazando cada seis meses a medio plantel, ni a los técnicos que van y vienen, o que ya ni siquiera querían venir. En dos, en cinco, en diez años, ellos ya no estarán, se habrán ido y jamás regresarán. La única que seguirá ahí, firme, es la afición, la que de verdad lleva esos colores en la sangre, la que ha llenado el estadio durante TODA la temporada. Y si aún así, esa afición les vale madre, está bien, ya no lo hagan por ella. Háganlo por sus familias, como dijo El Diego, por su prestigio profesional, por los que han creído en ustedes, por amor propio… Les quedan tres partidos para partirse la madre.

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