Cuando la mediocridad se vuelve costumbre

Soy vaquero desde la infancia, desde antes de que la NFL comenzara esa feroz conquista del público mexicano. Y aunque fue por herencia familiar que adopté los colores azul y plata, la realidad es que también contribuyó, y mucho, que me tocó vivir la época más gloriosa en la historia del equipo, con tres Superbowls en cuatro temporadas, una época en la que la palabra mediocridad no existía en el diccionario texano.

Lo siento mucho por todas las nuevas generaciones de aficionados a los Dallas Cowboys, que llevan más de 20 años esperando, no por un anillo de Superbowl, ni siquiera por un título de Conferencia. A estas alturas, regresar a un juego de Campeonato ya sería una gran alegría. Tres veces en los últimos 10 años nos hemos quedado a las puertas, y dos de ellas fueron como el sembrado número 1 de la NFC y perdiendo en casa el juego divisional.

Pero no basta con quedarse cerca. La franquicia de Dallas no se puede permitir conformarse con ser el “ya merito”, con vivir en la mediocridad. Eso déjenselo a otros. Si algo me encantaba de ser aficionado de los Cowboys en los 90’s, era que veía en toda la institución, desde el dueño hasta el más humilde jugador, una ambición de ganar a toda costa. Por eso, le arrebatamos a los 49ers al mejor esquinero de la época (y uno de los mejores de todos los tiempos), Deion Sanders. Por eso desfilaron todo tipo de estrellas por el equipo: en ofensiva, en defensiva y hasta en equipos especiales.

Hoy, somos los Cafés de Cleveland en versión “elite”. Es decir, aspiramos a cosas más importantes que ganar un partido al año como en el caso de ellos, pero si no lo logramos no pasa nada. El registro de 1-30 que acumulan en las dos últimas temporadas, equivale a que nosotros no hemos hecho postemporada en dos de los últimos tres años y… no pasa nada. Sigue el mismo entrenador, seguimos sin tener una secundaria decente, y nuestro receptor número uno (que sería el dos en la mitad de los equipos de la liga) se preocupa más por hacer berrinches que por atrapar pases o, más allá, proteger el ovoide.

¿Hace cuánto Dallas no da un golpe de autoridad en la agencia libre? Lo mucho o poco que el equipo ha hecho en los últimos años, ha sido en gran parte gracias a jugadores reclutados en el Draft (Witten más que nadie, y después Romo, Ware, Lee, Elliott, ahora Lawrence). Todo es hecho en casa, y no es que esté mal, pero todo necesita un complemento y sobretodo, un fortalecimiento. Además, siempre es sano mirar hacia otros horizontes.

Dejando de lado las situaciones contractuales, ¿por qué no buscar a alguien del calibre de Josh Norman o Patrick Peterson para la secundaria, o DeAndre Hopkins para convertirlo en el receptor número uno, olvidar los berrinches de Bryant y montar un equipo que infunda temor, o por lo menos respeto? Nombres estelares hay muchísimos, solo que no se ve ninguna intención de hacer algo distinto (siempre habrá forma de manejar el tope salarial; y si no, pregúntele a los Patriotas).

Más allá de querer ganar un Superbowl a billetazos, se trata, simplemente, de mandarle un mensaje al resto de la liga, como lo hacía el señor Jones a mediados de los 90. Y que al recibir esa llamada, el corazón del jugador lata a mil por hora. Somos los Dallas Cowboys, ¿quieres venir a jugar con nosotros?

 

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