Un mundo violento

REINO UNIDO FÚTBOL LIGA DE CAMPEONES

En Septiembre pasado, se reunieron en Roma las Federaciones de los países miembros de la UEFA, la FIFPro (Federación Internacional de Futbolistas Profesionales) y la FARE (Fútbol Contra el Racismo en Europa), para asistir a una conferencia cuyo tema principal fue el respeto a la diversidad en el mundo futbolístico. La meta será contrarrestar cualquier forma de conducta discriminatoria, aplicando sanciones más fuertes contra los agresores. La erradicación del racismo es una de las prioridades de dichas instituciones a largo plazo, pero ¿realmente puede desaparecer la violencia y el racismo de los estadios o seguirá siendo uno de los males inherentes del balompié?

Por Abdellah Guenifa

Para mucha gente en Europa, el fin de semana rima con partidos de liga. Una muchedumbre acude a los estadios para apoyar a su equipo favorito. Las competiciones internacionales como la Liga de Campeones o la Eurocopa son eventos muy esperados, muy seguidos y muy comentados. El fútbol ocupa un espacio importante en la vida cotidiana de decenas de millones de personas en el continente, quienes vibran por su equipo. Sin embargo, de vez en cuando se producen actos inaceptables en los recintos, como insultos, gritos y violencia hacia jugadores o espectadores, producto de la aversión hacia el rival, diferente porque es de otro color de piel, diferente porque es de otra cultura. Muchos jugadores procedentes de África o de Sudamérica han sufrido este tipo de acciones, como el delantero camerunés Samuel Eto’o en Italia, el lateral brasileño Dani Alves en España (a quien un hincha del Villarreal le arrojó un plátano mientras iba a efectuar un saque de banda), o el italiano Mario Balotelli, de origen ghanés y adoptado en su niñez por una familia italiana, por citar algunos.

Un partido de fútbol supone un enfrentamiento entre dos equipos, un campo con las tribunas divididas en dos: la propia y la del adversario, un enemigo del cual se agrada burlarse, odiar incluso. No es raro ver a hinchas pelearse, vejar, incluso matar al rival, como ocurrió en la final de la Copa Italia en el estadio Olímpico de Roma, en la cual falleció Ciro Esposito, aficionado del Napoli. Fue precisamente la ciudad eterna, la anfitriona de esta cumbre europea, quizá elegida para mandar una señal de alerta s sus hinchas. Y es que la capital italiana es una de las urbes con mayores problemas de racismo en el fútbol europeo, debido a la intensa rivalidad entre la Lazio y la Roma. El estadio fue construido para los Juegos Olímpicos de 1960 y desde entonces, como escenario futbolístico, suele ser el teatro de actos racistas y saludos fascistas por parte de las hinchadas. Paolo di Canio, ex delantero “biancoazzurro” celebraba sus goles brazo en alto, al estilo nazi. Después, él mismo declaró: “Sí, soy fascista, pero no racista”. Pensar que el fútbol es sólo un juego es un error, pues en ocasiones supera el ámbito deportivo y las autoridades deben tomar nota de ello. Un error arbitral en un partido de eliminación directa en el Mundial puede desembocar en hostilidad, animosidad hacia el pueblo del equipo vencedor. Los franceses no olvidaron lo que sucedió en el Pizjuán el 8 de julio de 1982, como es poco probable que los mexicanos olviden a Robben.

Muchos regímenes en varios países usaron el fútbol para su política propagandística. Para Mussolini, a la cabeza de la Italia fascista en los años 30, el deporte era una forma de educar a los jóvenes permitiendo así que cumplieran mejor sus deberes para la patria, forjando el carácter y la disciplina. En los cuartos de final del Mundial en 1938, al llegar al centro de la cancha, los italianos realizaron el saludo fascista, el mismo todavía realizado por algunos hinchas de la Nazionale. En varios estadios europeos, algunos espectadores manifiestan sus frustraciones hacia el otro, comportándose a veces de manera muy violenta. Para que desaparezca el racismo de los estadios, tiene que desaparecer de la sociedad primero. En un mundo cada vez más globalizado y unos flujos migratorios importantes, el ciudadano europeo teme por su identidad, y eso se ha reflejado en los éxitos de partidos de extrema derecha en las elecciones europeas. Sin embargo, debería enfocarse más en las similitudes del otro que en las diferencias, verlo como una riqueza y no como una amenaza, porque al final somos todos seres humanos.