El hijo predilecto

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Córdoba es bien conocida por su mezquita, una imponente construcción árabe con más de 1200 años de antigüedad y reconocida por la UNESCO como patrimonio de la humanidad desde 1984. La Mezquita destaca por su incomparable belleza arquitectónica, herencia del imperio árabe que dominó la Península ibérica entre el año 711 y 1453, y quizá solo superada en majestuosidad por la Alhambra, otra joya de Andalucía.

Pero hay otro gran símbolo de Córdoba y no se trata de un monumento sino de una persona, seguramente el cordobés más reconocido a nivel mundial y que, a casi 70 años de su muerte, sigue siendo objeto de todo tiempos de homenajes: sobre su mítica figura se ha escrito, se ha hablado, se ha pintado, se ha esculpido e incluso su vida fue llevada al cine en una película con Adrien Brody y Penélope Cruz. Estamos hablando de Manuel Rodríguez Sánchez.

Pero, ¿qué era lo que hacía a Manolete especial? En una época en la que el toreo era todo un fenómeno social, el diestro cordobés forjó una leyenda a su alrededor por dos cosas principalmente: una personalidad arrolladora, que le permitía llenar todas las plazas en las que se presentaba, y una manera de interpretar el toreo que fue totalmente vanguardista para la época, basándose en un valor inconmensurable y citando al toro de perfil, además de ser el inventor de las “manoletinas”, una de las suertes en las que más expone el torero.

El legado de Manolete se puede apreciar no solamente en la mencionada película, sino también en la estatua que se erigió en su honor, en la Plaza del conde de Priego, en el barrio de Santa Marina de la ciudad a la que ahora nos ha transportado Piel de Toro en este peculiar paseo andaluz: de la mano por Córdoba.

 

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