Futbol en poesía

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Ya pasaron las diez de la noche pero todavía hay un calor sofocante en las afueras de París. Las mariposas nocturnas juegan con las cámaras y los portugueses con los nervios de los hinchas galos. El estupor de Koscielny tras recibir una tarjeta amarilla y la incapacidad frente al arco lusitano de los delanteros franceses anuncian lo peor. La nación anfitriona de la competición esperaba un trofeo. Sería el tercero a nivel continental, al igual que Alemania, derrotada en semifinal. Los que nacieron antes de los 80’s esperan vivir de nuevo la euforia de aquella noche del 12 de julio de 1998. Los acontecimientos pasados tan solo comparten el Estadio de Francia con la final de la Eurocopa, ahora otra generación de futbolistas representan al país. Los que nacieron cerca del 2000 esperan conocer algo intenso, como en la época dorada del futbol nacional y su icono Zizou.

Minuto 109 de la final. Eder aprovecha la pasividad de Umtiti para engañar a Hugo Lloris, aniquilando así las esperanzas de toda una nación. Todavía quedan 11 minutos pero ya se nota en las caras de Paul Pogba y sus pares el asombro, la decepción, el enojo. Puede ser que Griezmann piense en su final perdida con el Atlético de Madrid hace poco más de un mes. Puede ser que piense también en los dos cabezazos fuera del arco de Rui Patricio. Eder, sin duda el peor delantero de la historia del seleccionado portugués, se convirtió en una leyenda en algunos minutos. David Trezeguet lo sabe muy bien. Tras haber sido un héroe anotando un golazo en la final de la Eurocopa en Bélgica y Holanda en la prórroga, fue olvidado después por su penal fallido en el Mundial alemán. Un pueblo no perdona. O difícilmente. El futbol siempre ha fascinado al escritor y director de cine italiano Pier Paolo Pasolini. Declaró en una entrevista para el hebdomadario l’Europeo en 1970 que el futbol es la última representación sagrada de nuestro tiempo. Según él, sustituyó al teatro, mientras que no lo pudo el cine, porque es de nuevo un espectáculo en el cual un mundo real, hecho de carne, en el estadio se enfrenta a otros protagonistas reales, atletas en la cancha, que mueven y se comportan según un ritual preciso. Mueve y apasiona la gente, cual sea su edad, sexo, o nacionalidad.

Albert Camus, escritor y filósofo galo fue un amoroso del balompié y un arquero. Recién premiado con el Nobel de Literatura en 1957, acudió al Parque de los Príncipes para asistir a la oposición entre el Racing Club de París y el Mónaco. Así lo describe Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra: “También aprendió a ganar sin sentirse Dios y a perder sin sentirse basura, sabidurías difíciles, y aprendió algunos misterios del alma humana, en cuyos laberintos supo meterse después, en peligroso viaje, a lo largo de sus libros”. Puede ser que sea una lección que los jóvenes jugadores franceses aprendieron. Las finales no se juegan, se ganan. Se vieron campeones demasiado temprano, después de la victoria histórica frente a Alemania.

Portugal no tenía el talento del conjunto francés, pero tenía otras cualidades como la pugnacidad de sus jugadores. Sabía que iba a ser difícil en el recinto de 80,000 asientos. Sabía que Francia jugaba en casa. Pero lo hizo. No fue espectacular, más bien áspero, penoso, un poco aburrido. Según el sociólogo americano Richard Sennett, el artesano es alguien que hace algo bien por el simple hecho de hacerlo bien. Profundizar en una actividad podría ser incompatible con nuestro mundo en constante cambio, y dar la impresión de estar encerrado en sí mismo. La Eurocopa careció de artesanos del fútbol, que con un solo pase o gesto hacían levantar a miles de hinchas en los estadios. Genios como Zidane o Pirlo. Grecia, 2004. Portugal, 2016. Parece que ya no sirve jugar como el Brasil de los 70, del cual Pasolini dijo que era un “fútbol en poesía”. El balompié cambia porque la sociedad cambia, ojalá no pierda el poder de expresión de sus artesanos, que son cada vez menos. Necesitamos locura y poesía.

Abdellah Guenifa

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