El futbol del mañana

Leicester-City-champions

Cuando ya casi había perdido toda esperanza, cuando ya me estaba hartando de comerme el mismo plato todos los días, cuando no veía la luz que guiara esto hacia un camino más justo, más democrático y más igualitario, apareció una historia de cenicienta, de armonía, de justicia y de final feliz.

Lo que me hizo sentir el Leicester va más allá de una simple empatía con el débil cuando lo miras batirse frente a un puñado de gigantes. Y sinceramente nunca me han gustado esas historias. Si me preguntan qué final de Mundial quiero, siempre voy a preferir ver a Italia, Alemania o Brasil, que a Costa Rica, Nigeria o Japón. No me importa que esa hazaña le de la vuelta al mundo y que siente un precedente de equidad y justicia, simple y sencillamente porque no lo hará.

Grecia ganó la Euro 2004 y nada cambió, ¿correcto? ¿Cuál es la diferencia entonces con este Leicester City? ¿Por qué ahora sí simpatizo con el equipo pequeñito y en ese entonces no? Me gusta el futbol de clubes y de selecciones, pero son muy diferentes. Para dar un batacazo en un torneo de un mes, se necesitan 3 o 4 buenos partidos y un poco de suerte. Aún cuando se juegan 6 o 7, dependiendo de la competición, la primera fase se puede superar a medio gas y después apretar el acelerador. La diferencia, y lo que hace enorme la gesta de los Zorros, es que ellos mantuvieron 38 semanas el pie en el acelerador para poder conseguir un título que parecía, literalmente, imposible.

Otra gran diferencia es el dinero. No se puede armar una selección nacional de futbol con dinero. Si así fuera, Estados Unidos sería un recurrente campeón del mundo, y Japón y China también dominarían el futbol mundial. ¿Qué hay de los clubes? El Leicester, como el Granada o el Sassuolo o muchísimos otros equipos del mundo, tienen que resignarse a mirar cómo los poderosos de sus respectivas ligas siguen acumulando trofeos en unas vitrinas ya de por sí repletas de historia y de éxitos, gracias en buena medida, al dinero.

La naturalidad con la que reciben un nuevo título los hinchas de esos clubes gigantes, nada tiene que ver con esos 132 años de espera de los aficionados del Leicester. Esto nunca lo va a entender un fanático del Real Madrid, del Bayern Munich, de la Juventus o de Boca Juniors. Difícilmente valorarán lo que para ellos es de lo más normal.

Y es que, como decía, el sueño de los Foxes representa, más que otra cosa, valores de la vida: deseo de superación, trabajo en equipo, humildad, ética (nadie les regaló el título), perseverancia y mucho más. Imaginen al niño que nació rico, que crece y sigue siendo rico, y que en edad adulta hereda más riqueza. Ahora imaginen al niño que nació en una familia humilde, que tuvo que trabajar desde su infancia, que cuando creció la gente no creía en que pudiera triunfar, y que al cabo de los años tiene comiendo de su mano a ese niño rico.

¿Cuántas veces hemos pensado, al estar viendo una película, lo absurdo de que un individuo se logre zafar ante cinco o seis personajes más altos, más grandes y más fuertes que él? Algo así hizo el equipo de Ranieri. Esa clase de historia, tan fantasiosa, es la que acabamos de vivir esta temporada, solo que en el futbol… y en la vida real. Ojalá así sea el futbol del mañana.

 

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