Una tarde en C.U.

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Por Adrián O.

Después de casi 30 años de mi debut como espectador en el futbol mexicano, el domingo pasado sentí por primera vez en carne propia el peligro que pueden correr los asistentes a un partido. Fue en Ciudad Universitaria, casa de los Pumas y escenario mítico del deporte mexicano, donde mi pellejo y el de mi acompañante, un buen aficionado moreliano, estuvieron expuestos a las salvajadas de una barra cuya prioridad evidentemente no es lo que está pasando en la cancha. Esta es la cronología de los hechos:

5:20 pm Llegada al estadio. Nos dirigimos a la taquilla vestidos de civil. No llevábamos la playera de Pumas pero tampoco la del Morelia. Podíamos pasar como dos aficionados neutrales o en todo caso, del equipo local. Después de un breve intercambio de opiniones, resolvimos comprar los boletos de la sección de «El Pebetero».

5:30 pm Ingreso al estadio. Dicen que preguntando se llega a Roma, y preguntando llegamos a nuestros lugares. Quizá el llegar con tanta anticipación marcó el destino de nuestra tarde, puesto que al ver tantos lugares disponibles, elegimos el que cualquier aficionado elegiría: justo al centro de la cancha.

5:55 pm El himno. Cinco minutos antes del partido, el equipo local saltó a la cancha y todo el estadio, o al menos toda la barra que estaba en la tribuna del Pebetero, cantó el himno con el puño en alto. Menos nosotros. Craso error. Tomás Boy había calificado este acto como fascista y recibió múltiples críticas. Después de ver el comportamiento de estos pseudoaficionados, creo que el «Jefe» no estaba tan alejado de la realidad.

6:00 pm Comienzo del partido. Algunos barras bravas llegaron hasta nuestros lugares y tuvimos que movernos unos diez metros sin necesidad de que nos lo pidieran. Marcaron su territorio de una forma tan clara y tan corriente a la vez, que nos movimos para evitar problemas. Al poco tiempo Morelia se puso al frente en el marcador y no nos inmutamos, como tampoco lo hicimos cuando empató la Universidad Nacional.

6:33 pm ¿Cuánto falta? El primer tiempo más largo de nuestras vidas. Cuando vimos que el reloj marcaba las 6:33 de la tarde, sabíamos que todavía faltaban por lo menos 12 minutos de aguantar agresiones verbales, algunos intentos de baños de cerveza (cerveza en el mejor de los casos) y empujones justificados por el baile tipo «slam» con el cual los hinchas universitarios desfogan esa malentendida pasión por su equipo. ¿Nuestro pecado? No cantar, no bailar, no intoxicarnos.

6:40 pm ¿A qué vinieron? A estas alturas se preguntarán por qué no nos habíamos marchado de ese lugar. Queríamos evitar la obviedad de no pertenecer a ellos, aunque a sus ojos ya era más que obvio. Acordamos esperar al medio tiempo, pero eso fue imposible. Al ver cómo la barra le tiró todas las cervezas al cubetero que me vendió la mía, nos marchamos sin ni siquiera mirarnos. Fue un acto instintivo, de supervivencia básica, mientras algunos barras bravas gritaban ¿a qué ching… vinieron?

7:15 pm Salida del estadio. Tras reubicarnos sanos y salvos en otra sección, atestiguamos los primeros 15 minutos del segundo tiempo  y a las 7:15 de la tarde ya estábamos afuera, en parte porque el partido estaba resuelto, en parte por la mala experiencia vivida en la tribuna. Y así, tras abandonar el estadio, nos preguntábamos: ¿la Liga sabe todo esto? ¿sabe del peligro que corren mujeres y niños como los que estaban ahí en la barra? ¿sabe que si no te alocas como ellos te pueden agredir? ¿sabe hasta dónde puede llegar el tema de las barras? Y peor aún, si lo sabe, ¿qué haría al respecto?.

Así de «agradable» puede ser una tarde cualquiera en C.U.

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