Como los buenos vinos

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Dicen que la madurez de un futbolista llega a los 28 años, que es cuando alcanzan su punto más alto de rendimiento, pues no son lo suficientemente viejos para que su físico lo resienta, ni lo suficiente jóvenes para acusar falta de rodaje. A menos que se trate de un fenómeno o de una estrella precoz, para el futbolista promedio suele ser la mejor edad. No es una ley, pero sí una generalidad.

Andrés Guardado está por cumplir 29 años. Casualmente, a sus 28 acaba de vivir el mejor año de su carrera en el futbol europeo y lo está confirmando en la selección mexicana. Además de haberse ganado la simpatía de toda la afición del PSV, Guardado ha portado el gafete de capitán con muchísima responsabilidad en el Tri. Y se ha echado el equipo al hombro cuando estrellas como Vela o Herrera han quedado a deber y alguien tiene que aparecer para sacar las papas del fuego.

En la selección mexicana, ha cumplido una labor fantástica en la Copa Oro. Ya no es más aquel volante que hacía suya toda la pradera izquierda, ya fuera como lateral o volante. De ser un jugador con fuelle y muchísimo recorrido, ha pasado a ser un mariscal bien clavado en el centro del campo. Ahora corre menos él y más el balón, y lo que ha perdido en dinámica lo ha ganado en precisión e inteligencia.

Guardado, quien tiene nueve temporadas jugando en Europa y todavía no llega ni a los 29 años de edad, está en el pináculo de su carrera. Podría jugar todavía 4 o 5 años más a buen nivel en el Viejo Continente, y quizá regresar a México para terminar su carrera. Los desbordes del ex atlista por la banda izquierda han pasado a mejor vida. Ahora es momento de disfrutar un Guardado mucho más sereno, con ese toque de añejamiento que le ha dado el paso del tiempo, como sucede con los buenos vinos.

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